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Artículo de Jaime Ornelas Delgado

Artículo de Jaime Ornelas Delgado




 








 TENDAJÓN MIXTO  


No se olvida

 





Jaime Ornelas Delgado


Hay fechas cargadas de simbolismo, que construyen percepciones e itinerarios de vida; definen generaciones y son referentes de identidad. El 2 de octubre es una de ellas, pero tan importante o más fue su expresión verbal inseparable: el “no se olvida” es una marca generacional, un sello político, una herencia ideológica, una actitud permanente y hasta se convirtió en programa y modo de vida para muchos. Unos lo vivieron, muchos otros –los más– leyeron testimonios, denuncias, la literatura política que produjo.


Ciertamente el país que buscó construir la democracia no empezó en el 68. El anochecer trágico de la plaza de Tlatelolco se inició muchos años antes. El México del desarrollo estabilizador era también el México de la ignominia; antes que el movimiento estudiantil fuera reprimido lo habían sido los almacenistas en 1940; los mineros de Nueva Rosita; los cooperativistas de la industria del vestido militar, los henriquistas; los telegrafistas, los petroleros, los maestros de la Sección IX de SNTE y los ferrocarrileros en 1959; los diversos grupos guerrilleros en Chihuahua y antes que Lucio Cabañas fueron asesinados Rubén Jaramillo, su mujer embarazada y todos sus hijos; también habían sido arbitrariamente presos el muralista comunista David Alfaro Siqueiros y el periodista Filomeno Mata; asimismo, los médicos en 1965 y muchos más conocieron la represión de parte de un régimen autoritario e insensible a los reclamos democráticos de los trabajadores de la ciudad y el campo; un régimen duro, inflexible y excluyente, capaz de reprimir ferozmente enmedio de un discurso revolucionario y en ocasiones hasta antiimperialista o creador de instituciones como el IMSS.


El 2 de octubre del 68 expresó al México urbano y su mundialización. El aparato de poder no se preparó para hacerle frente a un discurso que entremezcló las exigencias de justicia provenientes de la lectura marxista, con indeleble sello guevarista, con la imaginación libertaria que expresaron las pequeñas burguesías cada vez más numerosas de las universidades de las principales urbes del mundo.


El rostro del poder en México era el de nuestra arcaica dualidad: ganó el policía, no aquel que garantiza la seguridad sino el que reprime y suprime la libertad; “ganó” el político que se ocultó tras la razón de Estado, una abstracción con enorme potencial de crueldad. El temor inmenso al cuestionamiento de los fundamentos de su autoridad, llevó al gobierno a ocupar las calles con tanques y soldados y a perseguir y encarcelar a los jóvenes que creían de verdad en la posibilidad de construir un país distinto al que recibían en herencia.


El movimiento estudiantil de 1968 marcaría un hito en la historia política y cultural del país, fue la primera expresión trágica de una nueva presencia social y el aviso de que, en adelante, los ciudadanos movilizados exigirían del gobierno mucho más que crecimiento económico y estabilidad política. Demandarían también participación en las decisiones que afectan al país, la  democratización de las instituciones, la pluralidad y el respeto a la ley.


Pero sobre todo, expresó el rechazo al presidencialismo autoritario, monolítico e indesafiable. En efecto, el movimiento mostró el afán ciudadano de desmantelar las bases del régimen presidencialista autócrata y patrimonialista: la impunidad, la corrupción, la política convertida en monopolio de la burocracia gubernamental, el partido de Estado, la persecución y represión a la disidencia. 


No hubo cauces institucionales para procesar las demandas porque la autoridad confiaba en su propia fuerza. El poder no tenía por qué rendir cuentas al presente, el ayer era su fuente de legitimidad revolucionaria, una experiencia histórica de millones de la que se apropió un partido y un discurso. El país se redujo a esa visión: el México nacionalista y revolucionario del gobierno en turno. Eso se resquebrajó en el 68 apareciendo otras visiones, entre ellas, la de los vencidos.


El esquema de autoridad fue cuestionado en todos los espacios sociales comenzando por el de la familia. El “prohibido prohibir” significaba la exploración del cuerpo y la mente y de las relaciones. Los oráculos que cantaban en inglés, no demoraron la aparición de las peñas para entonar en español la crónica de las luchas que sostenía América Latina por su emancipación definitiva.


Si bien en diversos lugares de la República, como en Chihuahua o en Morelia, ya se había fracturado el discurso histórico del poder, el crimen masivo cometido por el gobierno aquel dos de octubre terminó con la legitimidad ideológica del régimen emanado de la Revolución Mexicana. La elite política sobreviviente emprendió la guerra sucia contra los grupos que no aceptaron la tímida reforma electoral que creó los diputados plurinominales y con el tiempo permitió la legalización de la perseguida izquierda.


El movimiento que tiene uno de sus hitos en el 2 de octubre, no es una conmemoración que se limite a una corriente específica, recuerda algo que atañe a la sociedad mexicana entera. Ayudó a derrotar el monopolio del poder político en el país y a reconocer que antes, durante y después del Estado es capaz de surgir la voluntad revolucionaria del pueblo y, con él, de los jóvenes.


Al plantearse así el movimiento del 68, si bien derrotado mediante el crimen masivo, ha seguido alentando muchas batallas populares en el país. Muchos combatientes de la generación del 68 se volvieron a encontrar el 10 de junio de 1971; en el 73 cuando se les demandó defender al presidente Salvador Allende; en la lucha de la tendencia democrática de los electricistas; en las solidarias acciones cuando el terremoto de 1985 asoló a la capital del país y en los esfuerzos por transformar  las universidades públicas en instituciones al servicio de los intereses nacionales; en la prensa mexicana que lograron cambiar; en “la emergencia de la loca generación de abogados laborales honestos”, según los llamara Paco Ignacio Taibo II; en la guerrilla tan brutal e ilegalmente reprimida por el poder y pasaron también lista de presente en la insurgencia ciudadana de 1988 y 2006 cuando sólo el fraude electoral impidió a las fuerzas populares asumir el gobierno de México. Esas insurgencias, la de 1988 encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y la de 2006 por Andrés Manuel López Obrador, son tributarias de aquel movimiento inolvidable.


A México, sin duda, aún le faltan muchos otros 68 por vivir, pero jamás habrá de permitirse un nuevo 2 de octubre.

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