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Artículo de Denise Dresser

Artículo de Denise Dresser

Desacelerados

DENISE DRESSER

Ante el tsunami económico que viene, el gobierno anuncia que México logrará encontrar resguardo. Ante el vendaval que se avecina, el equipo económico asegura que el país logrará asirse del árbol de la estabilidad. Ante la magnitud de la desaceleración a la vista, el presidente afirma que bastarán las medidas anunciadas para el momento. Y aunque se agradece la prudencia con la cual Felipe Calderón y los suyos han reaccionado de cara a la crisis, no queda claro que la respuesta sea suficiente. La situación es más grave de lo que se reconoce, más compleja de lo que se sostiene, más impactante de lo que se dice. Frente a una desaceleración dolorosa, demasiados miembros del gobierno parecen estar desacelerados. Mientras otros países comienzan a reaccionar con rapidez, México parece aletargado, distraído, incapaz de reconocer lo que tiene que hacer y la velocidad con la cual debería actuar. Porque en coyunturas difíciles -escribió Titus- los planes más audaces se vuelven los más seguros.
Y vaya que se viven momentos económicos muy duros con consecuencias potencialmente devastadoras. Como ha sugerido el economista Sebastian Mallaby, la crisis financiera estadunidense se ha metamorfoseado en varias crisis simultáneas que se alimentan entre sí. El colapso del mercado de bienes raíces ha lisiado a los bancos. Los bancos lisiados han cerrado las llaves del crédito a compañías que lo necesitan. Compañías sin acceso al crédito han comenzado a despedir empleados. Empleados que han perdido su fuente de trabajo han dejado de pagar sus hipotecas, acentuando la crisis de los bienes raíces. Y a través de un proceso similar, instituciones financieras en una situación precaria han dejado de prestar a personas que quieren comprar autos, lo cual ha empujado a compañías como General Motors al borde de la bancarrota. Si las empresas automotrices se hunden, eso traerá consigo otra ronda de despidos y de hipotecas sin pagar y de bancos en problemas por ello.
Mientras tanto, la crisis se ha vuelto global. Todavía en septiembre, el presidente de Brasil podía afirmar que la crisis era de Bush, no suya. Todavía hace un par de meses, Agustín Carstens podía decir que México se enfrentaba a un bache y podría salir sin gran problema de él. Pero hoy casi todos los mercados emergentes están en problemas y muy serios. China, que antes crecía al 12 por ciento, ahora anuncia que sólo lo hará al 5 por ciento, mientras que en otras latitudes las perspectivas son aún peores. La angustia de un país daña las posibilidades de exportación de su vecino, generando así un círculo vicioso cada vez peor. Ante todo ello, México haría mal en no calibrar las penurias que padecerá y prepararse para ellas. La contracción de las exportaciones; el descenso de la inversión extranjera; la reducción de las remesas; el regreso de los migrantes; el aumento del desempleo; la pérdida de valor del peso frente al dólar; la disminución del precio del petróleo; la predicción de crecimiento a no más de uno por ciento si bien nos va.
Dada la dimensión de lo que se vislumbra en el horizonte, sorprende la tibieza del gobierno mexicano. La ausencia de medidas más agresivas, la falta de posicionamientos más audaces, la renuencia a actuar con mayor urgencia. En diversos países, las autoridades han anunciado planes de largo alcance para lidiar con los retos de la desaceleración y la promoción del crecimiento renovado. En Estados Unidos, el equipo de Barack Obama se mueve velozmente para echar a andar proyectos ambiciosos y de alto impacto. El presidente electo ha convocado a las mentes más brillantes en torno a un objetivo claro: diseñar medidas para crear empleos, alentar el consumo, restablecer la confianza de los mercados, disminuir el gasto público en rubros poco prioritarios, apoyar a clases medias que enfrentan un escenario cada vez más adverso, reinventar la regulación financiera. Obama habla con urgencia, con pasión, con convicción, con preocupación. Describe la complejidad de los retos y los grandes sacrificios que muchos de sus compatriotas tendrán que hacer para enfrentarlos. Pero aún más importante: busca vincular la recuperación con reformas económicas y sociales de gran envergadura. No está proponiendo un montón de curitas sino una cirugía mayor.
En México urge una visión integral así. En el país hace falta un liderazgo capaz de combinar el diagnóstico honesto con la propuesta transformadora. En esta coyuntura crítica va a ser necesario que alguien asuma el mando para aprovechar la crisis en vez de insistir en que no nos pegará tan fuerte. Como argumentó John Authers, columnista del Financial Times, en un seminario reciente sobre capitalismo e inclusión, a México le espera una dosis alta de dolor. Porque la crisis va a exacerbar los costos de no habernos reformado a tiempo. De no haber fomentado la competencia necesaria, la productividad indispensable, la competitividad deseable, la inversión creciente, la eficiencia exigida. Todo aquello que hubiera contribuido a fomentar el crecimiento dinámico e incluyente. Todo aquello que la clase política tendría que proponer hoy. Una nueva ley federal del trabajo. Una política omnicomprensiva de competencia. Una remodelación a fondo del sistema educativo que le permita al país construir capital humano. Una reforma al sector energético que vaya más allá de la construcción de una refinería. Un sesgo a favor del crecimiento que trascienda el sesgo tradicional a favor de la estabilidad.
Pero las autoridades parecen estar demasiado ocupadas enfatizando que sortearemos la crisis; que no es necesario un ajuste mayor; que es preferible seguir cojeando de lado que hacer lo posible para pavimentar el camino sobre el cual correr de frente. El presidente ofrece cinco puntos, habla de inversión pública en infraestructura, sugiere algunas medidas contracíclicas pero va a ser cada vez más evidente que eso no bastará. Anunciar soluciones no es lo mismo que ponerlas en práctica de manera rápida y eficaz, y la situación global va a empeorar antes de mejorar. Ante sus efectos predecibles, México tendría que entender una realidad ineludible: los países que se recuperarán con mayor velocidad serán aquellos que atraigan el capital mundial. Para lograrlo, México tendría que reformarse con la profundidad que ha podido eludir en los últimos años. Ojalá que ante la dimensión de la debacle el gobierno de México comprenda que será imperativo despabilarse, sacudirse, desplegar el pragmatismo imaginativo y visionario. Porque dicen que la fortuna favorece a los audaces pero abandona a los tímidos. O a los desacelerados. l

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