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Artículo de Jaime Ornelas Delgado

Artículo de Jaime Ornelas Delgado

Don Pablo Latapí y la educación universitaria

 

Jaime Ornelas Delgado

Murió don Pablo Latapí, quien representó, y seguirá representando, la mirada crítica y humanista de la universidad pública mexicana. “La Universidad es una institución hecha para la disidencia”, dijo don Pablo al recibir en 2007 el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Autónoma Metropolitana, cuyo discurso de aceptación comentamos en las siguientes líneas.

En esa ocasión, de entre las muchas preocupaciones que le suscitaban a don Pablo la visión que las autoridades neoliberales le imponen a las universidades públicas, destacan cuatro riesgos inminentes que las amenazan. El primero es el “ideal de excelencia”, que Latapí considera “perverso y aberrante” pues conlleva la trampa de una secreta arrogancia: “Mejores si podemos ser; perfectos no. Lo que una pedagogía sana debe procurar es incitarnos a desarrollar nuestros talentos, preocupándonos porque sirvan a los demás. Querer ser perfecto desemboca en el narcisismo y el egoísmo”. Y tiene razón Latapí, en tanto la excelencia, así pretendida, hace que la vida se convierta en una carrera donde ganar se hace obsesivo sin importar que sea a costa de los demás, de quienes nunca serán excelentes y apenas si existen como sombras para medir la excelencia de los otros. Se es excelente por que los demás no lo son, por qué si todos lo fueran no habría punto de referencia para la propia excelencia. El concepto, así, es excluyente y ofensivo. La visión que sustenta la excelencia, pone al individuo por encima de la sociedad, elimina los lazos solidarios con los demás, en particular con los más débiles, acaba con la fraternidad e impide avanzar a todos con todos para encontrar una sociedad justa y equitativa.

La segunda amenaza que veía Latapí para nuestras universidades es el equívoco que provoca la “calidad educativa”, término trasladado del proceso de producción a la educación. Pero si el concepto de calidad puede ser cuantificado en la producción, es imposible aplicarlo a la formación universitaria que se refiere a seres humanos y no a mercancías producidas en serie, a menos que se considere a las universidades públicas fábricas que producen “capital humano”. ¿Cómo medir la educación si no admite expresiones de tipo cuantitativo? Quienes trasladaron éste y otros conceptos de la fábrica a la universidad, decidieron medir la calidad educativa por la cuantía de conocimientos transmitidos a los estudiantes, de ahí la importancia adquirida por las competencias. Pero la educación, dice Latapí, “no es sólo conocimiento”, sino formación integral. 

En este aspecto de la “calidad educativa”, Latapí expresa una preocupación compartida con muchos universitarios, el hecho de que las autoridades educativas han impulsado como fundamento del sistema nacional de educación la similitud entre calidad educativa y el éxito en el mundo laboral, identificado éste por referencia a los valores del sistema. Al respecto, dice Latapí: “Es una perversión inculcar a los estudiantes una filosofía del éxito en función de la cual deben aspirar al puesto más alto, al mejor salario y a la posesión de más cosas; es una equivocación pedagógica llevarlos a la competencia despiadada con sus compañeros porque deben ser ‘triunfadores’”. Para que haya triunfadores –se pregunta Latapí– ¿no debe haber perdedores pisoteados por el ganador?

Crítica semejante le merece a Latapí el concepto de “líder” pregonado hoy por varias universidades públicas. De acuerdo con Latapí este es un concepto basado en el egoísmo y un profundo desprecio a los demás, los que deben ser dirigidos por el líder. La educación, por el contrario, debe estimular en los educandos el afán de ser mejores pero junto a los demás, una educación solidaria siempre será superior la que pretende hacer distingos entre los dirigentes–líderes y la masa dirigida.

La tercera preocupación de Latapí, se refiere a la “sociedad del conocimiento” que se ha impuesto a las universidades públicas para guiar sus transformaciones ante la globalización. Aquí Latapí, pone de relieve la vaguedad del concepto. ¿De qué conocimiento se trata?, se pregunta y reconoce que, para quienes lo proponen “se trata sobre todo del conocimiento necesario para conquistar merados, o sea el conocimiento práctico, aplicado, el vínculo a la economía, el que produce innovaciones rentables y asegura el éxito en la competencia”. Con esto se pervierte la esencia de la universidad pública; se abandona la universalidad de los saberes y se cae en la trampa de convertirlas en “fábricas de inventos prácticos”, lo que justifica su existencia en una sociedad donde la razón económica ha desplazado a la razón política. Esta especie de capitalismo académico, tiene en la investigación científica y la innovación tecnológica su principal instrumento de vinculación con el mundo “real”: el de la producción y administración de los negocios. Ante esta situación, Latapí nos recuerda que: “La Universidad es algo más: no es un apéndice de la empresa, sino una institución responsable de generar, proteger y difundir todos los tipos de conocimiento, también los aparentemente improductivos”. 

Por último, Pablo Latapí expresa una cuarta preocupación por el equívoco que provoca el mantener a las universidades en lo que llama la “prisión del conocimiento racional”. Por supuesto, no rechaza el sustento que le da a la vida universitaria –a la docencia y a la investigación– el enseñar a pensar y el hacer ciencia, la discusión de las epistemologías y la destrucción de los prejuicios irracionales. Sin embargo, se trata de dar un sentido humanista a las actividades universitarias, al “conocimiento cultural” que busca significados. No sólo las computadoras son esenciales en la construcción del conocimiento y en su transmisión, lo es también la cultura que da sentido a nuestra vida personal, social y profesional.

Recordar a don Pablo Latapí, nos permite reafirmar la convicción de que no podemos convertir la vida en una obsesiva competencia, en un perpetuo intento de escalar socialmente a costa de todo y de todos, y lo que es peor, sin saber por qué o para qué como no sea para tener un respetable status de consumidor. Lo cual sería lamentable si permitimos que a eso se reduzca la formación ofrecida a los jóvenes en las universidades públicas. Esto, en todo caso, sería aceptar la imposición de la ética del mercachifle en el funcionamiento de nuestras instituciones.

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