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Artículo de Rosario Ibarra de Piedra

Artículo de Rosario Ibarra de Piedra

Rosario Ibarra
¡Ay, Belisario Domínguez!
27 de agosto de 2009

Cada vez que llego al Senado, no puedo dejar de mirar tu figura y recordar tu “cólera civil y ciudadana”, tu “pluma insumisa” y tus frases inclementes contra la satrapía. Leí tus discursos y tus escritos desde muy joven y sentía henchirse mi alma por tu valor, por tu sencillez y por el amor que profesabas a tu tierra natal, vergel, paraíso, jardín inigualable: Comitán de las Flores.

“Allá en el último confín meridional de la República Mexicana, muy cerca de la frontera guatemalteca”, en el estado de Chiapas, “existe una pequeña ciudad pintoresca, simpática, encantadora; su brisa es suave y perfumada; su atmósfera, radiante y pura; sus habitantes, generosos, alegres, francos, hospitalarios”... Así describió Belisario Domínguez a su tierra y a sus pobladores en un artículo publicado el 15 de agosto de 1904, en el que se quejaba amargamente del mal gobierno de su estado y por supuesto del tenebroso Victoriano Huerta, usurpador de la Presidencia de la República.

 

Hoy lloran Chiapas y el país entero por los crímenes cometidos en Acteal y por la injusticia perpetrada por quienes tienen el “supremo” mandato de prodigar justicia.

Desde hace ya muchos años, en este país, en esta tierra que el poeta llamó “suave patria”, no palpamos esa suavidad, nos lastima la dureza áspera de la represión brutal ejercida por los gobiernos... crímenes, detenciones arbitrarias, encarcelamientos injustos, tortura y desapariciones forzadas... cientos de ellas y, por si fuera poco, la tergiversación de los hechos delictivos, llamando a la detención arbitraria que es una desaparición forzada cometida por el Ejército o por policías, levantones, hechos por la “delincuencia organizada”, bautizada así por el gobierno, en su afán por limpiar su rostro cubierto con las manchas de la corrupción y de la impunidad.

 

Es triste para el pueblo de México su vida presente en medio de la pobreza, del desempleo, del abandono en el que se ha dejado al campo, del hambre que lastima cruelmente los estómagos de todos los pobres. En una desoladora procesión, han pasado gobiernos de un color y de otro, y todos se han ido con las manos manchadas de sangre. Hoy, el pueblo uniformado, sacado de los cuarteles en flagrante desacato a la ley, intimida a “los de abajo”, que son los más cercanos, gente análoga, integrantes del mismo estrato social, hermanos de clase, y muchos, hermanos de raza.

 

Aparte del dolor que se aposenta en las almas, ha surgido cada vez con más fuerza la indignación por el menosprecio de que son víctimas y el anhelo de rebeldía; el justo deseo de mostrar la inconformidad y la rabia que lastiman en forma inmisericorde sus sentimientos los ha ido moviendo hacia la organización pacífica para exigir sus derechos.

Además de la desobediencia al mandato constitucional de parte del gobierno, sería un crimen el querer imponer la llamada “obediencia debida” a los soldados. Sería vergonzoso adoptar ese engendro de los dictadores sudamericanos, de mentes obtusas y espíritus malignos, como los de Pinochet y Videla, entre otros, que inundaron de dolor esas naciones, patrias de héroes y de pueblos valientes.

 

En México, desde hace muchos años tenemos apretados dentro del alma el dolor y la indignación por lo que nos han hecho. Mal hacen los que dicen gobernar este país en actuar en contra de las leyes y tratar de imponer sus criterios, contrarios a la voluntad popular.

Me lastimaría hacer un recuento de los crímenes cometidos durante los últimos 80 años; todo el pueblo de México los conoce y los guarda con dolor infinito en su memoria. Díganlo si no los gritos de “¡2 de octubre no se olvida!”, “¡Presos políticos: libertad!”, “¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!”.

 

Es preciso que se entienda que el pueblo está harto de la “fangosa ignominia” en la que se convirtieron ciertos gobiernos de este país, algunos “de la raza de los grandes asesinos”, como se expresó hace mucho tiempo el colombiano Núñez acerca del lombrosiano Rafael Reyes. ¿Cómo calificar a los que ordenaron los crímenes del 68 y del 71? ¿Y de todos los demás crímenes cuyo recuento me niego a hacer porque me duele la memoria?

 

Qué bueno que el noble y generoso pueblo mexicano se organice pacíficamente para exigir sus derechos, y con ello corte las intenciones aviesas que pudieran tener los poderosos de acallar los reclamos con balas y bayonetas; y ojalá que en las cámaras de Diputados y de Senadores se hagan suyos los justos reclamos del pueblo en toda su amplia dimensión, para poder —cuando menos— rendir honor a los personajes que otrora lucharon en esos recintos...

 

¡Ay, Belisario Domínguez! Ilumínanos.

 

 

 

 

Dirigente del comité ¡Eureka!

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