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Artículo de Guillermo Fabela Quiñones

Artículo de Guillermo Fabela Quiñones

Ahora, el Reino de “Calderolandia”
2009-08-28

Guillermo Fabela Quiñones

Apuntes…

¿Tiene algún sentido la campaña propagandística desaforada sobre el tercer informe de gobierno de Felipe Calderón? Para él quizá lo tenga, según sus asesores, pero para el país es sólo un caso más de inútil dilapidación de dinero del erario. Es así porque resulta contraproducente, de acuerdo con especialistas en la materia, enfocar propaganda que no encuentra un sostén en los hechos. Lo único que se consigue, con campañas basadas en datos ajenos a la realidad, es alejar al receptor del mensaje de su contenido, como sucede actualmente con tanto espot de Calderón hablando de cifras y datos que sólo existen en su imaginación.

Lo que no le informan sus asesores es que al repetir frases huecas, demagógicas, el ciudadano común obtiene la confirmación de que no es tomado en serio por la elite política. Que con la mayor desfachatez, como si fuera un menor de edad, se le quiere engañar sin ton ni son. Como se dice coloquialmente, se le pretende dar atole con el dedo, actitud que no es aceptada de buen talante, como en los viejos tiempos cuando había movilidad social en beneficio de amplias capas de la población de menores recursos. Ahora, la realidad es un factor que determina el comportamiento de la sociedad, debido a la contundencia de los hechos, totalmente adversos a las mayorías.
En consecuencia, lo que se consigue con la absurda campaña de Calderón sobre su tercer informe de gobierno (de algún modo hay que decirlo), es un justificado enojo del público receptor, al que además se le quiere obligar a que vea y escuche al gobernante diciendo, con el más absoluto cinismo, una serie de frases hirientes, que lo son porque se trata de mentiras fácilmente comprobables. En qué cabeza cabe afirmar que gracias al programa de obras públicas puesto en marcha para paliar la crisis económica se ha dado empleo a más de 500 mil mexicanos; sólo en la de quienes menosprecian en grado sumo a los receptores del “mensaje”.
Sabido es que por los recortes que hizo Calderón al gasto público, en más de 80 mil millones de pesos, las actividades programadas para paliar la emergencia se frenaron. Hasta el INEGI debió aceptar que en lo que va del sexenio de Calderón, la desocupación alcanzó la cifra de 2.8 millones de personas, un desempleo nunca antes visto, que alcanzó una tasa de 6.12 por ciento. Aunque según el secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón, estamos mejor que Brasil y Argentina, donde el desempleo supera 8 por ciento. Si tal fuera el caso, entonces nuestra economía estaría mejor que la de dichas naciones del Cono Sur, lo que no es verdad, pues allá comenzó en serio la salida de la crisis, de la que aquí estamos muy lejos.
Tal vez Calderón suponga que si a Fox le dio buenos resultados hablar machaconamente de “Foxilandia”, a él también debería sucederle lo mismo. Crear una “Calderolandia” idílica podría ser tarea fácil para el duopolio televisivo, para eso cobra sumas estratosféricas. Sin embargo, el fracaso de “Foxilandia” es un factor adverso para el nuevo “reino”. Más aún porque las calles de todas las ciudades y poblaciones están llenas de gente en busca de algún trabajo, el que sea, para llevar lo indispensable a sus hogares. Lo más dramático del caso es que no lo encuentran, de ahí que las bocacalles estén pletóricas de limpiaparabrisas, tragafuegos, saltimbanquis, vendedores de chicles, etcétera, quienes desde luego no son tomados en cuenta como desempleados por el INEGI. De hecho, son el equivalente a “los intocables” de la India, seres que por su condición de extrema pobreza son intocables, por inexistentes para las estadísticas.
Calderón debería saber que las mentiras burdas que chocan con la realidad acaban por hacer que se le pierda el respeto a quien las dice. Cabe recordar que Winston Churchil se ganó el aprecio de sus conciudadanos por hablarles con la verdad en los años duros de la Segunda Guerra Mundial. Entonces se afianzó su liderazgo. Tanta proclividad a mentir de Fox y de Calderón, deja ver no sólo desprecio a la sociedad, sino una plena incapacidad para entender el arte de gobernar. Este se basa en negociaciones entre gobernantes y gobernados dirigidas a lograr una interrelación que favorezca resultados positivos para ambas partes, como así fue durante los años del Estado benefactor, los de la “dictadura perfecta”, que podría decirse que lo fue, ciertamente, porque permitió un desarrollo social que a su vez fue la palanca del progreso que vivió México de 1934 a 1982, caracterizado por cifras de crecimiento real superiores a la tasa inflacionaria. Sólo cabe esperar que Calderón recapacite, pues no es justo que se recorte el presupuesto a Educación, mientras el duopolio televisivo se beneficia viviendo, él sí, en “Calderolandia”.

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